Textos y Contextos

sábado, 20 de febrero de 2010

CONFABULATORES NOCTURNI/ antología de narradores del taller de Julio Recloux


Prólogo del libro

Hay quien afirma que un libro es como una lámpara maravillosa. En su interior mora encerrado un genio. Basta abrir el volumen y leer el texto para que algo mágico ocurra. Hay libros-puertas, libros-espejos, libros-niebla, que pueden mover tu punto de encaje y transportarte a una realidad aparte, al reino de la ficción, de los mundos posibles, donde experimentar la libertad absoluta de ir más allá de vos mismo, pero sin dejar de ser vos mismo. Este libro es uno de esos. Y quiero que sepas que no saldrás indemne de este viaje, una vez que hayas decidido emprenderlo.
Nadie sabe qué clase de poderosísimas y misteriosas fuerzas habrán de ponerse en movimiento, no bien un libro como este, es puesto en circulación y encuentra un lector. El círculo de la comunicación poética se cierra sólo cuando alguien lee el texto. Y nadie ignora la importancia de la lectura para actualizar y aportar sentido a la obra literaria.
Presentarte esta antología de mis alumnos es algo decididamente muy parecido a la felicidad. Aunque, hay algunos que ya han publicado; la mayoría de estos autores es novel. Mientras escribo este prólogo, vienen a mí las veces en que, algo escépticos, me preguntan si será posible publicar algún día. No recuerdo que respuesta fui capaz de darles en aquellas ocasiones, pero quién podrá dudar de que este libro que tenés entre tus manos es la mejor y más real de las respuestas. Como ves, los sueños, pueden hacerse realidad.

Estos escritores que hoy presento en sociedad han tomado clases en alguno de los talleres de formación literaria que vengo coordinando en el bar de la librería Clásica y Moderna, en Buenos Aires desde el 2006 a la fecha. Y me parece que no puedo evitar (llegado a este punto) dar una idea, aunque sea somera, de lo que para mí es un taller de escritura.
Lo pienso ante todo como un espacio lúdico, una zona de exploración artística, que debe permanecer abierta y libre de cualquier interferencia por parte de quien lo coordina. Y me gustaría señalar que para mí, el papel del coordinador, es análogo al de una partera, es decir: se limita a brindar una mínima ayuda, pero son la madre y el niño los que producen el alumbramiento. No se me escapa que ésto implica, desde lo ideológico, una clara toma de posición en torno al encuadre pedagógico del taller con un anclaje en la mayéutica de Sócrates. Y ésto obedece a que creo que los futuros escritores que vienen a formarse son sujetos de un saber, en varios sentidos, pero muy especialmente, en lo que atañe a su proyecto literario.
Un comentario aparte me merece el hecho de que hemos incluido en esta antología capítulos de novela aún en etapa de elaboración y corrección, y quiero decir que aunque hoy en día esto no sea usual es parte de una larga tradición en nuestra literatura. Los lectores memoriosos recordarán que Roberto Arlt publicó de esta manera los dos primeros capítulos de su novela El Juguete Rabioso en la revista Proa.
Por otro lado, antes de terminar, quisiera referirme brevemente a una anécdota que da cuenta del porqué del título que hemos elegido para esta antología. En septiembre del año 93, durante un vuelo a Misiones conocí a Laila Hassan. Un rato antes, habíamos despegado de aeroparque. Tenía en mis manos un ejemplar de Las Mil y Una Noches que me disponía a leer, cuando ella se presentó y empezamos una charla que duraría todo nuestro viaje. Me contó que no sólo su padre sino también su abuelo, a quién ahora iba a visitar, eran Ashojs; y que gracias a ellos, esos relatos maravillosos sobre genios, mercaderes, espadas de luna, pillos y mujeres sensuales, quedarían sellados para siempre en su memoria. Supe que era odalisca, que vivía en Palermo con su familia y que bailaba casi todas las noches en el restaurán que su padre tenía en la calle Thames. Me dijo que su abuelo se llamaba Aruj o Anush, y que había venido en las primeras décadas del siglo XX de Afganistán para radicarse en Misiones.

Los ashojs son una antigua cofradía de poetas que componen, recitan y transmiten leyendas y canciones de la tradición de manera oral y he oído que aún en nuestros días se los puede encontrar por ciertas regiones del Asia Menor. Hay quienes afirman incluso, que la leyenda del héroe de Babilonia, Gilgamesh, hallada inscripta en una serie de tablillas de más de 4000 años de antigüedad a mediados del siglo XX por unos arqueólogos, y que sería en realidad de origen sumerio; y la base del relato del diluvio del Tanaj, y el concepto cristiano del mundo, ha llegado hasta el presente sin alteraciones en su forma, merced al trabajo invalorable de generaciones y generaciones de ashojs.
La joven me contó que su abuelo había presenciado en su infancia en Kabul, más de una vez, torneos de improvisación y cantos donde actuaban ashojs venidos de Persia, Turquía y Transcaucasia, para animar esas veladas a las que concurría muchísima gente; y que a veces podían durar y extenderse a lo largo de varios días. Hablaba de su abuelo y de esos poetas con una enorme admiración, y más de una vez note en sus ojos un brillo inusual al referirse a ellos y sus magníficos relatos.

Luego, el avión aterrizó en Posadas y antes de despedimos, Laila, muy amablemente, me dijo que si estaba de acuerdo podía hablar con su abuelo para que yo pudiera conocerlo, propuesta que por supuesto no dudé en aceptar.
Dos días más tarde, un jueves, fui a conocer al viejo ashoj. De más está decir que para mí aquella noche mágica resultaría inolvidable: una cena a la luz de las velas, el ritmo incansable del derbake, el sutil encanto de la danza árabe... hablamos de Las Mil y Una Noches, del manto de estrellas que sólo puede apreciarse en el cielo de medio oriente y de una misteriosa escuela de sacerdotisas que existió en Bagdad en tiempos ya olvidados. Supe que Alf laila ua laila es el titulo de aquel libro en árabe y que, según una antigua leyenda, la primera odalisca de la historia tuvo por nombre Laila, que significa noche. Conocí de primera mano el arte del ashoj y comprobé que esos narradores son capaces de transportarlo a uno a tiempos y lugares remotos; y conmoverlo hasta la medula de los huesos, hasta hacerlo olvidar por completo de su realidad cotidiana, y que esa es la esencia de su misión en la tierra. Supe, también, que todos los jueves en cualquier parte del mundo donde el azar quiere que se encuentren dos o mas gente de la noche, beben vino color rubí, recitan juntos algún poema de la tradición, comparten unos dátiles y brindan en honor de Mushkyl Gussha, un mítico benefactor de la humanidad. Sentí un gran honor de que me hubieran invitado justamente esa noche. Finalmente, luego de haber tomado mucho vino y escuchado historias en verdad fascinantes, y disfrutar del baile de la espléndida Laila, llegó la hora de la despedida
Cuando traté de expresarle al ashoj y a los demás invitados lo que sentía, y mi agradecimiento por tan hermosa velada, me sugirió con sincera humildad que el agradecido era él, y que no debía nunca en la vida dejarme impresionar por esos títulos altisonantes con los que la gente suele tratar de impresionarlo a uno. Agregó que él sería muy feliz si podía recordarlo no tanto como un ashoj, sino nomás como alguien que contaba historias durante la noche.

Me gusta pensar (y tengo para mi que así será) que esta humilde publicación favorecerá el surgimiento de nuevos y muy poderosos narradores, que contarán historias que perdurarán y nos inspirarán, sin dejar de conmovernos, como en tiempos legendarios lo han hecho las de aquellos inolvidables ashojs.

Julio C. Recloux

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